El juego de Ajedrez




Limpiando los estantes de una cómoda, saqué una caja de madera, la que guarda las piezas de un ajedrez. La caja al abrirse, queda formando el tablero; saque las piezas y las empecé a colocar, como si en ese momento me dispusiera a jugar una partida de ajedrez, como aquellas partidas que jugaba con mi padre cuando yo era un adolescente. Tenía por aquel tiempo, doce años de edad, y me gustaba ver a mi Padre jugar ajedrez con sus amigos o con mis hermanos mayores. Él, al ver mi interés por el juego, me empezó a enseñar como jugarlo, como mover las piezas, las estrategias de la defensa y del ataque. Y así empecé a jugar. Él, para nivelar la partida, me daba como ventaja la reina o las dos torres, y aún así me ganaba fácilmente. Cuando yo cometía algún error, el no me permitía cambiar la jugada, sino que me decía: -Tienes todo el tiempo para pensar antes de mover la pieza, esta regla es también para la vida; Hay que pensar muy bien las cosas antes de actuar. Recuerdo que jugamos muchas partidas sin que yo pudiera ganarle. Cuando estuve estudiando la secundaria, en la casa de un compañero de la escuela, su mamá tenia huéspedes a los que les gustaba jugar ajedrez, ahí me uní a jugar con ellos y aprendí otras tácticas en el juego. Durante bastante tiempo no jugué con mi Padre pues estuve viendo, practicando y analizando las partidas con mis amigos. Una tarde le dije a mi Padre: -Papá, te reto a un juego de ajedrez -Él no sabía que yo había estado practicando. Recuerdo que sacó el tablero de ajedrez, acomodamos las piezas y me dijo. -¿Qué pieza quieres de ventaja? -Ninguna le respondí. Él me sonrió cariñosamente y comenzamos el juego. Yo estaba completamente seguro que él me ganaría fácilmente, pero yo quería probarme a mi mismo, pues me encontraba seguro de que yo tenía mejor juego que antes. El juego se empezó a poner interesante desde el principio, sentí que el lo captó desde las primeras jugadas, poniendo mucho más empeño y concentración a la que acostumbraba normalmente. Al final yo tenia una buena defensa y tuve la oportunidad de concentrar el ataque de tal manera que terminó el juego cuando mi Padre, después de analizar la situación del juego, tomó la pieza de su rey y la acostó sobre el tablero en señal de aceptar la derrota. -Me vas a dar la revancha, me dijo. -Si Papá le conteste pero otro día.
Guardamos las piezas en el tablero y lo colocó en el estante de un librero. Ese día me
dio una lección de humildad al aceptar la derrota sin poner ningún pretexto y también la
de no dejar de luchar cuando me pidió la revancha.
Pasó el tiempo, y en una o dos ocasiones me pidió que jugáramos una partida de
ajedrez, a lo que siempre me zafé poniéndole algún pretexto. La verdad es que no
quería volver a competir con él, pues desde aquella ocasión nunca más quise repetir lo
que para mi fue una triste experiencia.
Tiempo después, estuve viviendo en otra ciudad y una o dos veces al año llegaba a la
casa de mis padres a visitarlos pero nunca más volvimos a tratar de jugar ajedrez.
Después de muchos años de haber fallecido mi padre, al despedirme de mi madre me
dijo: - Tengo algo para ti que tu papá apreciaba mucho y que a él le hubiera gustado
habértelo dado.
Sacó de un librero el tablero con las piezas de aquel ajedrez que por muchos años
permaneció en una larga tregua, desde aquel día en que mi padre y yo, jugamos
aquella última partida. Todos esos recuerdos me llegaron ahora al sacar esas piezas de
ajedrez. Mi mente se encontraba sumida en esos recuerdos.
Viendo aquel tablero con sus piezas ya colocadas, tomé el peón del rey blanco y lo
moví iniciando una partida, me quedé mirando las piezas muy concentrado, en mi
imaginación, comenzaron a moverse, desarrollándose un gran duelo con complicadas
estrategias, ¡SORPRESA ERA LA MISMA PARTIDA AQUELLA QUE YO HABÍA GANADO!.
Moví la pieza aquella que le hizo pensar; recuerdo muy bien que él esbozó una
pequeña sonrisa y que después de un momento de analizar la partida, acostó su rey en
señal de derrota…
-¡Pero qué es ésto! -Exclamé asombrado;- la pieza que había movido era la pieza
donde se apoyaba toda mi defensa, lo que a él le permitía entrar con un alfil y tomar
una pieza al mismo tiempo que me daba un jaque y en forma obligada en dos jugadas
más me daba mate.
Ahora entiendo la discreta sonrisa que esbozó; él había fabricado esa jugada
estratégica pero valoró mi esfuerzo y mi progreso en el juego y en lugar de hacer esa
jugada magistral, que me hubiera desilusionado, en un acto de nobleza decidió rendir su
rey para no darle el mate al orgullo de su hijo, me doy cuenta ahora de que en lugar de
haber movido mi pieza pretendiendo derrotarlo, debí analizar bien el juego y me hubiese
dado cuenta que yo ya no tenía ninguna posibilidad de triunfo... en ese momento, debí
tomar mi Rey y acostarlo sobre el tablero, y decirle en voz alta -¡Muy buen juego Papá!,
Guardé el ajedrez en su caja y me quedé un buen rato recordando a mi padre y
pensando; como me gustaría hoy, poder pedirte la revancha.
Autor: Andrés D. Guinea y Eguiluz.

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